jueves, 17 de abril de 2008

NUESTRO HOMENAJE A 26 AÑOS DE LA GUERRA DE MALVINAS

La siguiente es una nota que le hicimos a nuestro querido amigo y colaborador Gustavo López donde, en primera persona, relata su experiencia de combatiente en el campo de batalla y a todos los combatientes que volvieron, menospreciados, con sus discapacidades a cuesta, que despues de mucho tiempo empiezan a reconocerlos.
Este en nuestro humilde homenaje.


El fin de la guerra de Malvinas a bordo del buque Almirante Irizar.

"Esa mezcla rara de humo, pólvora y sangre"

El 14 de junio nos informaron que habíamos perdido la guerra. Se notaba en el humor de la gente. A partir de ese momento, todo pasó a estar supervisado por los ingleses, quienes se manejaban con los oficiales nuestros. Yo era colimba, tenía 18 años, y estaba destacado en el buque Almirante Irizar desde mayo como ayudante de enfermero.
Estuvieron trayendo heridos a bordo durante dos días y, ya en cubierta, me tocó clasificarlos. Los más graves tenían una letra en la frente hecha con fibra. Adentro, bañarlos, ponerles ropa limpia y medicarlos. A los pibes con las piernas congeladas, masajearlos con cremas. Dos horas de trabajo y dos de descanso, así trabajaba
Llegamos a Puerto Madryn e ingresamos al apostadero de ALUAR (Aluminio Argentino). Tocamos puerto y bajamos a los heridos, todos en camilla. Me dije: ‘De acá nos vamos. Esto terminó…’, pero nos ordenaron volver a las islas a buscar a los prisioneros de guerra. Era fines de junio.
Estábamos entrando por el estrecho que lleva a Puerto Argentino y vimos una formación de barcos usados para apoyo logístico. Desde las cubiertas, los ingleses nos saludaban. No lo podía creer. En puerto, subieron unos dos mil prisioneros, pero ya eran soldados que caminaban.. Flacos, con hambre y frío. ¡Las ganas de comer qué tenía esa gente!. Les ofrecía pan y era como que hubieran visto un jamón.
En la bodega habíamos separado a los conscriptos de la oficialidad y a la noche escuchábamos cómo se puteaban, tomando revancha de lo que habían pasado en las islas. Ya no había respeto por el grado.
Una mañana veo a un conscripto se estaba lastimando al afeitarse con la mano izquierda. ‘Flaco, te estás haciendo mal en la cara’, le dije. El giró sobre sí mismo. "Es que no soy zurdo", me retrucó. Le faltaba el brazo derecho y no quería demostrar que ya era un inválido.
Y después el olor que traían. Esa mezcla rara de humo, pólvora y sangre. Todos el mismo olor. Ese olor no te lo olvídás nunca más.

Colaboración periodística: Carlos Dios.

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